Lo extrañaba. Andaba perdida. No estaba perdida, pero así me sentía. En los días y las semanas y meses después de que José Edgardo se fue a morar con el Señor Jesucristo, me sentía perdida. No me podía hallar de cierta manera, y no sabía qué me sucedía, tampoco. Y oraba. Y lloraba.
Durante años
estuve pendiente y cuidaba a mi esposo. Siempre estaba pendiente a que se
tomara las medicinas, especialmente el de la epilepsia. El doctor había
recalcado la importancia de que se tomara los medicamentos cada 12 horas sin
fallar. A menudo, José Edgardo se tomaba la medicina una o dos horas más tarde,
y yo preguntándole y pendiente. Me ponía a calcular la hora ajustada para la
siguiente dosis. Con el tiempo, se tomaba las medicinas más y más tarde. Eso
causaba que yo me despertara de noche y fuera a preguntarle que si se había
tomado las medicinas. Se molestaba conmigo. También, pendiente a sus comidas y
pendiente de la presión alta o baja ya que fluctuaba. En el trabajo, lo llamaba
a menudo y si no contestaba, me iba rápidamente a la casa para ver qué sucedía
y si se había tomado las medicinas a tiempo. Muchas veces se quedaba dormido
profundamente, sin escuchar el teléfono. O, tal vez se le había descargado el
teléfono.
Por años viví de
esa manera. De repente, no tenía esa presión, lo cual era un alivio de cierta
manera, y, por otro lado, me sentía culpable porque fuera un alivio. Preferiría
tener a mi esposo, aunque yo estuviera bajo presión. Sin embargo, el alivio era
emocional y también físico. Pero, ya no tenía a quién llamar y decir, “¡Amor,
voy para casa!” Ya no estaba mi esposo esperándome, a veces con una meriendita
que me había preparado. El cafecito de por la tarde. El sentarnos a platicar un
ratito y mirarlo quedarse dormido. Recuerdos.
Y andaba perdida.
Seguí un consejo, que leyera los Salmos, que buscara en los Salmos. Leía y
escuchaba los Salmos a diaria casi y otras veces, seguía con otros libros. Empecé
a ver algo importante. El Señor Jesucristo puede ser en mi vida lo que más
nadie puede ser: Todo para mí. Todo lo que necesito. El Señor puede llenar mi
soledad, cuidarme. Comprenderme como nadie puede ni ha podido. Mi Dios es Fiel.
Cuando he andado “perdida” es porque no he recurrido a mi Señor y Salvador.
José Edgardo. Lo extraño muchísimo todavía y siempre
lo voy a extrañar, pero mi Padre Celestial me ama y me cuida. ¡Cuán grande es
Su Amor para con nosotros!
1Pedro 5:7 echando toda vuestra ansiedad sobre él,
porque
él tiene cuidado de vosotros.
No me puedo imaginar todo eso, pero comprendo el dolor y comprendo el “jalón” con que nuestro Salvador te está llamando. TQM AE
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